◖ 09 ◗
ALEJANDRA.
Acababa de llegar a mi casa, estaba agotada y no era física sino mentalmente. El cansancio me estaba matando, ni siquiera tenía fuerza para levantar mis pies al querer dar un paso. Prefería arrastrar mis extremidades como si fuera una persona floja y perezosa.
Agradecía que Léonard no me hubiera visto, porque sino tendría serios problemas. No podía estar sin dormir por mucho tiempo, mucho menos estar rondando por el psiquiátrico como si fuera un zombi. Era un peligro, para mí y para cualquiera que se cruzara en mi camino.
Con mis ojos casi cerrados había continuado con el trayecto por mi sala de estar, tanteando con mis manos la pared hasta dar con el interruptor de la luz. Una vez que mi hogar estuvo en completa claridad, seguí avanzando hasta mi cocina; más precisamente a donde se encontraba mi cafetera.
Requería de una buena taza de café, únicamente por una razón estaba en ese espacio de mi hogar.
El estar cada vez más cerca, técnicamente hablando, de Víktor había provocado que mi mente terminara perdida, pensado en cada maldito sueño de los que había platicado. Llevábamos días charlando de lo mismo, y él parecía no querer cortar con ese tema y comenzar uno nuevo. Pensé en detenerlo muchas veces, pero sabía que si me negaba tal vez no volvería a decir palabra alguna y eso no me favorecía. Necesitaba que él hablara tanto con quisiese para seguir conociéndolo, que no se detuviera por ningún motivo. Así que simplemente permanecí frente suyo, con mi mano sobre la mesa, sujetando mi cabeza a medida que él se adentraba en una de las infinitas y escalofriantes pesadillas.
Sin siquiera dudarlo me había contado detalle por detalle, sin olvidarse de ningún momento turbio que tomaba lugar en ellos. Cada uno de ellos era oscuro y con más demencia que el anterior. Tan descabellado, que por pequeños segundos me detuve a pensar en si eran reales. Eran demasiados ficticios pero, después de recordar mis propios sueños, quise creer que Víktor no estaba jugando y que lo que decía era verdad.
Lo raro y extraño fue que me veía yo en ellos, y no a mi paciente.
Había creído que con el paso del tiempo dejaría de tener pesadillas, pero no fue así. Cada maldita noche tenía una de ellas, eran constantes e interminables. Todas trataban de los mismos sucesos que él había experimentado en sus sueños, no había diferencia, nada. Parecían copiadas una de la otra. Y, como ya era de esperarse, todo siempre terminaba igual: la silueta queriendo devorarme con sus dientes afilados. Incluso en ocasiones, intentó hacerlos con sus enormes garras.
Ojos rojos, oscuridad y desesperación. Eso era lo que predominaba cada vez que cerraba mis parpados. Y al despertar, como rastro del mal sueño, solo quedaba mi ropa sudada, respiración y corazón alborotados.
Una completa locura.
Brinqué del susto cuando el sonido de cafetera me sorprendió.
La salvación líquida ya estaba lista.
Después de pasar algunos milisegundos paralizada y con mi mano sobre mi pecho, busqué mi taza y volví a recrear lo que había hecho diariamente los últimos años de mi vida: servirme el café y deleitarme como su riquísimo aroma.
Dejando de mis dedos se calentaran gracias a la temperatura que desprendía la cerámica, me di media vuelta y apoyé mi cadera en la encimera.
Miré de reojo el gran ventanal de la cocina, fuera estaba oscuro, y solo se podía ver la negrura del árbol plantado cerca de la fuente, tan inmensa y aterradora. Me llamaba mucho la atención la naturaleza, aunque sabía que no era lo mismo estar en un bosque a tener una sola planta en mi casa, pero quería pensar que por algo se empezaba. Amaba el cantar de los pájaros que se posaban sobre él todas las mañanas para descansar, buscar algún lugar donde construir su nido, o simplemente detenerse a verificar que no había peligro alguno antes de acercarse a la fuente y beber de su agua. Incluso podía decir que me gustaba juntar las hojas marchitas que el árbol desprendía en otoño, ensuciando por completo el patio. Supuse que así pasaba mis días cuando era una niña: creando una montaña alta, marrón y que crujía al pisarla, para después tomar distancia, correr hasta ella y terminar saltando para aplastar y hundirme entre las hojas.
Sí, quizá eso hacia para divertirme y pasar el rato. No lo recordaba, pero podía jurar que lo hacia sola, tal vez desde niña mi relación con mi madre estaba mal y ella prefería hacer cosas más importantes e interesantes que pasar tiempo con su hija.
A lo mejor mamá sí me quería, pero yo lo había arruinado todo al elegir lo que amaba y no seguir sus palabras.
Suspiré, continuando con mi misión de perder mi mirada en la oscuridad nocturna que se mostraba frente a mí.
Al intentar tomar un sorbo de mi bebida, contemplé algo que no había estado antes pero que en ese instante se dejaba observar a la perfección. Cerca de la fuente se encontraba una silueta que sonreía, dientes blancos puntiagudos y… un par de ojos rojos.
Ahí estaba otra vez.
La sensación de pesadez, no me permitió moverme ni reaccionar. Aquello que sentíamos cuando teníamos miedo, cuando sabíamos que corríamos peligro, me estaba paralizando en el peor momento.
Maldito Víktor y su demencia… estaba acabada si no podía controlarlo.
Aún con la taza a medio camino hacia mi boca, me acerqué un poco más y quedé de frente al ventanal, tan cerca que podía apoyar mi cuerpo sobre el vidrio. Entrecerré mis ojos para poder tener una mejor vista, pero lo que antes había fuera ya no estaba. Había desaparecido como si solo lo hubiese imaginado, como si el vapor del café hubiera empeñado mi visión y que eso causara ver algo que en realidad no era cierto y que estaba en ese lugar.
Pero yo sabía que no era así, sentí que alguien me observaba, sentí el pánico de que alguien no humano estaba fuera de mi casa.
— Deja de imaginarte cosas, Alejandra.— me auto-aconsejé en voz alta— Nada de lo que él habla es verdad. Está demente, dice solo idioteces.
Sin darle más vueltas al asunto, deshice el camino que había hecho para poder dejar la taza en el fregado y salir de la cocina. Tomé el pasillo que me llevaba a las escaleras y comencé subiendo escalón tras escalón hasta adentrarme a mi cuarto. La poca cafeína que había ingerido no me había dado energía, pero debía de admitir que el susto de ver a la silueta quitó toda la pesadez en mi sistema.
Después de detenerme en mi armario y buscar mi pijama, me dirigí al baño. Lentamente, y con mi corazón un tanto acelerado, me desvestí por completo antes de meterme en la ducha y abrí el grifo. Incliné mi cabeza hacia atrás cuando toda mi anatomía quedó debajo del agua tibia, liberando un gemido de alegría.
Cerré los ojos con satisfacción disfrutando de como mi cuerpo se relajaba, la tensión parecía irse músculo por músculo a medida que la lluvia artificial iba mojando cada centímetro de piel. Llevé ambas de mis manos hasta mi frente y comencé a masajearme las sienes, notando como mi mente dejaba de funcionar.
Necesitaba más tiempos así, necesitaba desconectarme del mundo entero y sentir paz. Deleitarme con cosas tan pequeñas y normales como lo era tomar un baño, o beber mi bebida favorita. Requería motivación y tranquilidad para sentarme a leer un libro o simplemente mirar algún programa de televisión. Necesita tiempo para escuchar música y ubicarme frente a la chimenea cuando ésta estuviera encendida para poder perderme entre las figuras que las llamas creaban. Quería hacer muchas cosas y no podía, no porque no quisiese sino porque mi mente no estaba lo suficientemente relajada como para no pensar en nada y dejarse llevar por el momento. Sin duda alguna necesitaba alejarme de Víktor lo más pronto posible, para volver a sentirme libre.
Ese alemán demente no podía manejarme a su gusto, con sus malditas palabras y sus absurdos sueños. Él no dañaría mi mente como había dicho que lo haría, no quería siquiera pensar en si lo había logrado o todavía tenía tiempo de hacer algo al respecto y así poder evitarlo. Aun tenía un deje de esperanza al creer que todo lo que había visto y soñado era solo mi imaginación, un momento de rebeldía por el estrés y frustración que estaba manejando debido a no hacer algo diferente que me distrajera de mi trabajo. Supuse que era su intención, demostrarme que tenía que buscar alguna alternativa antes que todo se saliera de control.
Nuestro cerebro era el órgano más importante y fundamental para nosotros, si él no se encontraba sano era un gran problema.
Sabía que pasar tanto tiempo rodeada de locos tarde o temprano iba a afectarme.
De repente, abrí mis ojos con brusquedad cuando sentí frío.
Observé mi alrededor y noté que todo estaba bien exceptuando una cosa, dirigí mi vista hasta el techo y vi como el bombillo parpadeaba, ¿Pero qué mierda? Era la primera vez que lo hacia, ni siquiera cuando había tormenta mostraba algún error.
Por si eso fuera poco, el agua pasó de ser tibia a estar completamente helada. Antes de que mi cuerpo comenzara a congelarse, pegué un salto saliendo rápidamente debajo de ella. Rápidamente busqué una toalla y cubrí mi cuerpo, me acerqué una vez más a la ducha y detuve la lluvia artificial para que el ambiente cálido no cambiara.
Me quedé mirando el grifo que seguía rodeado con mis dedos y fruncí el ceño.
¿Por qué habían ocurrido esos fallos?
Primero el tema de la electricidad y después eso, uno tras otro y en el mismo cuarto. Quizá debía de llamar a alguien para que pudiera encargarse de revisar toda mi casa, en caso de que fuera un inicio a un problema más grande.
Porque todo se solucionaría con un electricista y un plomero, ¿Verdad?
No había nada de qué preocuparse, eran asuntos normales que pasaban en diferentes hogares. Nada alarmante... nada que fuera causado por una entidad.
El bombillo regresó a la normalidad, alumbrándolo todo, mientras que yo no podía controlar mi respiración.
Podía auto-consolarme mil veces pero eso no cambiaría el hecho de estar asustada. Algo me decía que esa situación no era una en la que cualquier persona pudiera acostumbrarse y vivir diariamente de esa forma. Había algo raro en eso, y por más que no siquiera darle tanta importancia, era inevitable no hacerlo.
Rebobinando los hechos de la noche, el conflicto pudo haberse iniciado en la cocina cuando creí ver a la silueta. Tal vez desde ese entonces mi mecanismo de defensa se activo, viéndolo todo peligroso, y a su vez, hizo que la paranoia de que alguien estuviera detrás de todo incrementara.
Me estremecí al volver a sentir una presencia, y no una buena. El recuerdo reciente de estar en el piso de abajo y que él apareciera cerca de la fuente, me nubló. El estar frente al ventanal y verme tan vulnerable e indefensa, me hizo morderme el labio.
Sabía que si la silueta quisiera podía asesinarme en cualquier momento y lugar, sin detenerse a escuchar mis súplicas. El comprender que mi vida estaba en sus manos, y que dependía únicamente de su decisión, creó una sensación de pequeñez en mí.
Ni siquiera podría defenderme cuando lo tuviera frente a mí, porque no estaba en mi poder hacerlo. Él era superior, no lo podías lastimar... él te lastimaba a ti.
Mi corazón bombeaba a una velocidad descomunal después de que esos pensamientos acabaran con mi estabilidad emocional. Pedí que el latir intenso que estaba llegando hasta mi garganta se detuviera, y que mi mente quedara en completo blanco sin capacidad de idear un escenario aterrador. Quizá insistí tanto para que eso ocurriera que funcionó, pero no como quería... incluso mi respiración se detuvo cuando sentí una mano acariciar mi hombro derecho.
Eso no podía estar pasando.
Joder.
Estaba asustada y confundida. Nada de eso real ¿O sí? Deseaba creer que mi mente estaba bien y que no me fallaría, porque confiaba plenamente en ella. No estaba volviéndome loca, nada era de verdad… yo, yo estaba sana, mentalmente hablando.
Busca una explicación que te haga pensar lo contrario.
Esa era buena idea.
Todo fue causado por el agua fría de la regadera, tal vez al no cerrarla en el preciso instante provocó que eso ocurriera... a lo mejor, el ambiente tenía la capacidad de convertir el vapor en una mano, grande y helada.
O quizá el problema fue mi cabello, algunos mechones que se habían juntado a montones debido a la humedad, y al hacer un movimiento brusco tocaron mi hombro de esa forma particular.
Notando que aun sentía el grifo metal siendo resguardado por mis dedos, comprendí que seguía en el mismo lugar. Por lo tanto la idea anterior quedaba descartada completamente.
Houston, estamos en problemas.
Teniendo esos pensamientos en mi cabeza, la pesadez y pánico inundaron mi cuerpo a gran velocidad, impidiéndome moverme. Por más que le rogara a mis piernas para que reaccionaran, sabía que ellas serían incapaces de hacerlo. Mi cerebro podría estar toda la noche enviándoles indicaciones de cómo avanzar, pero aún así no recibiría respuesta alguna.
Me quedé inmóvil mirando la pared de la ducha, ¿Qué era lo que haría? ¿Qué sucedería si volteaba y quedaba frente a lo que sea que estuviera detrás de mí? Sea lo que fuera, tenía que tranquilizarme. Eso solo tenía que ser una broma de mal gusto, no había nadie más a parte de mí en la casa. Era imposible que alguien hubiera entrado y no lo notara, no había escuchado ningún ruido o pisada que indicara que tenía un intruso.
Ni que fuera el hombre invisible.
A no ser que no se tratara de una persona.
La mano siguió tocando mi hombro con ternura, haciendo pequeños círculos con los dedos y viajando de un lado a otro de una forma lenta y tortuosa.
Entonces, recordé las palabras de Víktor:
«“Controle su mente… a veces puede sentir que todo es real, cuando en realidad solo está en su cabeza. La demencia es algo que puede acabar con cualquier mente frágil. ¿Qué tan fuerte cree que es la suya?”»
Encontré mi respiración otra vez.
Mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Nada de eso era real, nada de lo que sentía en esos momentos era real. El bombillo parpadeando y el cambio de temperatura en el agua habían sido producto de alguna falla general. La silueta fuera de mi casa y esa mano... no existían.
Tomé valor y me di media vuelta, quedando en frente del espejo que estaba sobre el lavado. Miré de un lado a otro dándome cuenta de que no había nada, la mano que estaba en mi hombro desapareció de la misma forma en la que había llegado.
Todo esto es un juego, deja de imaginar locuras. Era lo que me repetía mentalmente.
Llevé mis dos manos a mi cabeza y suspiré.
Estaba furiosa. Quería reírme de mí misma por dejar que todo me afectara de esa manera extrema, y un tanto dañina. No podía continuar de esa forma, cada día parecía peor que el anterior. Todo estaba deteriorándose a mi alrededor y yo no hacia nada para cambiar la situación, únicamente permitía que mi imaginación siguiera con su estúpido juego sin ponerle un límite.
Debía de tomar las riendas, y acabar con esas irrealidades de una vez por todas. Tenía que gravarme en el cerebro que todo era una broma.
Dejé que mis brazos cayeran a mis costados, derrotada.
Millones de pensamientos, y todos diferentes. Mi razonamiento me decía que todo era una equivocación causada por la falta de sueño, si lo seguía entonces estaría bien. Pero si tomaba en cuenta lo que mi lógica decía, estaba en grandes problemas, porque para ella todo lo que había sucedido era real. Estaba en un enorme dilema, no sabía qué creer ni cómo continuar.
Supuse que el propio destino hizo que viera la verdad, aunque no me gustara.
Si no era real ¿Por qué estaba temblando? Mi corazón parecía quererse salir de la caja torácica, podía escuchar sus pulsaciones como si estuvieran en mis oídos. Mi cuerpo estaba rígido y se sentía pesado como si estuviese atrapado debajo de una gran roca pesada, que le impedía moverse.
Sentía miedo, podía notar el sudor helado, junto con los restos de agua de la ducha, recorrer mi piel, mojándolo todo. Mi garganta pedía tragar algo que no fuera saliva, porque ni siquiera eso le quitara la sequedad. Mi piel estaba chinita, esperando reaccionar ante cualquier cosa.
Podía sentir que no estaba sola, pero no había nada en ese lugar.
Miré el espejo que estaba empañado por el vapor de la ducha, impidiendo ver algo en él. No sabía por qué pero, por inercia, me acerqué lentamente y pasé mi mano sobre el vidrio. Quitando la capa nublada, para así poder chequear cómo había terminado mi expresión después de aquel momento escalofriante.
Vaya mierda.
No me sorprendí cuando noté que mi rostro estaba aun más pálido de lo normal; las ojeras seguían ahí, haciéndole compañía a mis ojos oscuros. Mis labios estaban un poco resecos y agrietados. Mi cabello aun húmedo caída en pequeños rizos que no paraban de agitarse, ya que no podía dejar de temblar. Estaba demasiado asustada y confundida como para pensar bien.
Pasé mis manos sobre mi rostro y tomé una larga bocanada de aire.
— Vamos, Alejandra, no te dejes llevar por algo así… todo tiene una explicación.— gruñí.
Todo quedó en silencio hasta que un pequeño murmullo se hizo presente, acompañado de una risa diabólica que hacía que mi cuerpo se tensara.
Lentamente me quité las manos de en frente, y elevé mi mirada hasta el espejo y, por segunda vez en la noche, puede verla… la silueta estaba a unos pasos detrás de mi, con una gran sonrisa que dejaba ver sus dientes perfectamente afilados. Todavía no podía creer la altura que tenía, tampoco que estuviera completamente de negro. Incluso podía jurar que de su cuerpo salían líneas oscuras, como si fuera su energía y la estuviera emanando. Algo que únicamente podía apreciar gracias a la claridad que había en mi baño.
De una momento a otro, y cayendo en cuenta de quién estaba ahí, mi sangre se heló y ya no pude moverme, otra vez.
En cada una de sus apariciones, mi cuerpo siempre reaccionaba igual: se quedaba inmóvil, en estado de shock. Parecido a un perrito callejero cuando veía a alguien por primera vez, y no sabía qué otra cosa hacer más que quedarse quieto y comenzar a temblar asustado.
La maldita silueta lograba que me sintiera como una cucaracha, tan pequeña y frágil. Ideal para dar un pisotón fuerte y letal. Sabía de ante mano que rápidamente podría acabar con mi vida sin dudarlo.
Su sonrisa maliciosa era lo que más me causa pavor, me perturbaba de tal modo que hasta me hacia pensar en encerrarme en el psiquiátrico por mi cuenta. Sin que nadie dijera nada, sin que nadie tuviera momento para objetar. Solo entrar, pedir una habitación para mí y dejar que me atendieran como quisiesen.
Buena idea.
Pero a su vez me preguntaba si eso ayudaría en mi caso. Él podría aparecer en cualquier sitio, eso ya me lo había demostrado. No solo se adentraba en tus sueños, sino que también lo hacia en la comodidad de tu hogar.
Él no tiene límites.
No, no tenía límites... y al parecer mi conciencia tampoco los tenía. ¿Por qué estaba pensando en ir a mi lugar de trabajo y convertirme en un paciente?
Porque lo necesitas.
Negué con la cabeza. Ya habría tiempo para pensar con claridad.
En ese momento debía de reaccionar y buscar algo para terminar con aquella situación. Él seguía ahí y ni siquiera sabía cómo y lo qué era en realidad. No lograba ver sus rasgos faciales, su cara parecía estar tapada por una especie de pañuelo negro.
Alcé una de mis cejas.
Si su rostro estaba cubierto, ¿Cómo era posible que pudiera ver sus dientes?
Ladeó la cabeza hacia un lado e hizo crecer su sonrisa, haciéndola sobrenatural. Le hacia gracia ver mi desconcierto, le divertía el notar el nerviosismo que crecía en mí cada que vez que él estaba presente o cuando mostraba sus dientes.
Sus ojos brillaron con más intensidad, si que eso era posible. Pasó de ser un rojo casi opaco a convertirse en uno muy llamativo, que lo único que podía trasmitirte era temor.
Su sonrisa despareció y movió su cabeza de un lado a otro, en señal de negación.
Por poco grité cuando dio un paso hacia mí, mi cuerpo hizo cortocircuito en ese instante. Mis manos temblaron a mis costados; mis piernas pedían liberarse del peso que estaban cargando, antes de que la tensión y agotamiento las hiciera flaquear y terminar de rodillas sobre el suelo. Mi garganta —si antes estaba seca— en ese momento ardió cuando tomé mucho aire de repente. El latir de mi corazón podía escucharse desde una cuadra de distancia, y ni contar con el sudor que caía por mi frente.
Cuando dio el segundo paso, me pareció suficiente de sus tonterías. Tomé valor de donde no sabía que tenía y, apretando mis manos, me volteé para mirarlo a la cara. Estaba dispuesta a enfrentarlo a como diera lugar, no me importaba salir herida. Pero, cuando me quedé frente a donde supuestamente él se encontraba, ya era tarde porque había desaparecido.
Otra vez me hallaba sola en el baño… sola y aterrada.
Me estaba volviendo loca, ¿Era posible?
Sí.
No, claro que no. Aún mantenía el deje de esperanza que me decía que pronto todo eso acabaría. Vería la luz al final de túnel, volvería a sentir paz. Solo tenía que luchar un poco más, dar pelea hasta lo último. Ya no debía de temer.
Por más que llevara años trabajando rodeada de personas que estaban dementes, y que nunca antes me había pasado algo así, intentaría canalizar mi energía, sabiduría y potencial para continuar hasta llegar a la línea de meta.
Nadie me detendría.
Víktor sí lo hará.
Una mueca de disgusto desfiguró mi rostro.
Había oído historias y sueños peores que los suyos, pero con él era distinto. Supuse que en cierto momento de la vida, llegaba algo que te dejaba en claro que no siempre tal cosa iba a funcionar, y que no siempre nuestro organismo iba a reaccionar de la misma manera. Así que, a lo mejor Heber era ese complemento que necesitaba para entender que cada persona era un mundo diferente y que, dependiendo con la intensidad en la que hablaban, algunas cosas serían recordadas eternamente. Porque, por más que intentara enviarlo, sus palabras quedaban incrustadas en mi cabeza durante todo el día, y en la noche era cuando cobraban vida. Incrementaban su poder, solo para acosarme y no dejarme siquiera cerrar un ojo.
Me consumían por completo, me dejaban angustiada y sin ganas de volver a dormir.
— Todo está en tu mente, nada es real.— me musité.
¿Por qué sigues engañándote a ti misma?
Volví mi vista al espejo, y me sentí desvanecer.
Algo resaltó escrito en la parte donde había pasado mi mano segundos antes.
¿Qué mierda estaba pasando?
Había quitado gran parte de la capa nublosa que cubría la superficie y de un momento para otro no había rastro de ello. Solo me había volteado para encarar a la silueta, y de la nada me encontraba con que el vidrio estaba completamente tapado de vapor, a excepción de las pequeñas marcas que diseñaban las siguientes palabras:
Tu hora está cerca.
🙂
Las líneas que las formaban terminaban en gotas que caían hasta el final del espejo, creando un camino disparejo y que lo hacia todo más terrorífico.
Observaba cada letra, sin entender a qué se refería exactamente.
Mi hora estaba cerca, ¿Qué significado tenía?
¿Era una señal? ¿Ese sería mi final? ¿La silueta marcaría el final de mi vida?
O el inicio de una nueva.
No lo comprendía, no sabía qué había hecho para merecer aquello. Entendía que Víktor tenía algo que ver, claro que sí. Desde que lo había conocido mi vida cambió, y nada era igual. Pero eso no quería decir que la silueta tuviera el derecho de hacer algo en mi contra únicamente porque atendí a un paciente —que estaba en mi larga lista de asuntos por mejorar— y que daba la casualidad que era la persona que lo veía desde hacia tiempo.
El camino que hubiese recorrido el tipo de ojos rojos para llegar a Víktor no era mi problema, yo no sabía realmente que eso fuese posible. Si me hubiesen dicho que ser la psicóloga de Heber me traería conflictos con una entidad que te asechaba en las pesadillas, me hubiera negado rápidamente.
No sabía qué había hecho algo mal para tener pasar por una situación como esa, ¿El tratar de ayudar a un paciente era una mala acción? ¿El querer que mejorase era algo negativo?
¿Hacer mi trabajo era un error?
Millones de interrogantes comenzaron a ocupar lugar en mi cabeza, pero aún no tenía respuestas para alguna de ellas, y no creía llegar a tenerlas en algún futuro. Todo era raro y complicado. Era como una gran laguna, con aguas oscuras y profundas, donde no veías el final.
Solo una de las tantas preguntas parecía ser la más importante:
¿Sería capaz de adentrarme en esas aguas sin saber en qué terminaría?
¿Acaso tendría el valor suficiente de zambullirme hasta el fondo sin tener miedo de ahogarme en el camino?
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